Germán Cueto, integridad creativa

 


En 2005 el Museo Federico Silva Escultura Contemporánea para celebrar su segundo aniversario llevó a cabo la exposición Germán Cueto. La memoria como vanguardia. Ésta, por su cuenta se unió a un ciclo de muestras individuales de escultores de la primera mitad del siglo XX que instituciones de nuestro país, como el Museo Nacional de Arte, estaban llevando a cabo en ese tiempo rescatando historiográficamente a figuras como Guillermo Ruiz, Ernesto Tamariz y otros asiduamente mencionados en libros de arte mexicano pero que no habían sido estudiados a profundidad. Fue así que, con elementos más amplios de la historia, concluimos que antes de 1950 hubiera sido impensable en territorio nacional una exposición de gran magnitud y del estilo de escultura como la de Germán Cueto (México, 1893-1975).

En las décadas que van de los veinte a los cincuenta del siglo pasado el arte mexicano que la Revolución de 1910 impulsó y nutrió dándole temas se distinguió tanto en escultura como en pintura por la masividad y el figurativismo, apoyándose en lenguajes descriptivos de reivindicación social que obsesionarían a los funcionarios públicos encargados de la difusión cultural. Cueto fue compañero de lucha de la gran mayoría de los artistas revolucionarios, pues quedaron los testimonios de su firma o participación con ellos en el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores y la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), por nombrar los más conocidos; y sin embargo, estéticamente trabajó en oposición y no por contradecir gratuitamente a sus contemporáneos sino por una necesidad interna que pudo plantear a manera de manifiesto personal en el guion de teatro Comedia sin solución, publicado por vez primera en 1927 en la revista Horizonte. En éste, la escenografía es un marco de ventana, las actuaciones son sólo a través de las voces de dos hombres y una mujer que se preguntan sin salir nunca a escena quiénes son, qué hacen y cómo llegaron ahí, en tanto que un reloj, un alarido y la sombra y la música de un organillero se escuchan como atmósfera. Tal austeridad extrema de elementos teatrales es paralelismo de la síntesis formal que hallaría Cueto en la escultura décadas después con los alambres y flejes.

En las familias paterna y materna de Germán Cueto había pintores y escritores con los que interactúo en sus años de infancia y juventud. Cultivado de manera autodidacta en el arte y la literatura, fue lector maravillado de los clásicos españoles como Miguel de Cervantes Saavedra, del que hizo una cabeza pero asimismo un homenaje con la escultura a manera de vitral que conocemos como Hombre de vidrio, inspirada seguramente en El licenciado Vidriera. Pero no sólo comprendió el pasado, lo clásico, sino que vivió como pocos la modernidad, pues intercambió ideas con los vanguardistas mexicanos y con los que se contactó en París entre 1927 y 1932, lapso de su estancia más prolongada en Europa, y periodo en el que germinó por fin su obra más libre. En ese lustro, fue parte de ellos, de los de avanzada internacional.

Pero desde mediados de los años veinte -ya habiendo habido reclamos de renovación en el arte de suelo patrio- Cueto se había integrado plenamente al ambiente creativo, y hasta el día de hoy nunca ha estado ausente en la museografía y los libros mexicanos y de otros países, como España, Holanda y Francia. Y no por la mera exposición de sus esculturas sino porque es citado en estudios especializados, catálogos y notas periodísticas sobre su destacada participación en el guiñol, la danza, el teatro y el cine. Además, críticos e historiadores de arte de primer nivel que estaban activos en su mismo tiempo y espacio nunca lo olvidaron en sus escritos. Por el lado anecdótico su presencia en biografías de otros intelectuales o artistas resulta sorprendente, pues fue amigo cercano de los estridentistas Germán List Arzubide y Manuel Maples Arce –Cueto es considerado un estridentista-, pero también del holandés Otto van Rees, del uruguayo Joaquín Torres-García, del madrileño Ramón Gómez de la Serna y de su prima la pintora santanderina María Blanchard, entre muchos otros. La lista de amistades de Germán Cueto puede ser muy, de verdad muy larga y de ámbitos varios, por eso en estas breves líneas recordaremos a los pintores Julio Castellanos, Ramón Alva de la Canal, Angelina Beloff, pero al mismo tiempo al escritor Ermilo Abreú Gómez y al arquitecto, escultor y teórico del arte Mathias Goeritz, el dramaturgo y cineasta Julio Bracho y el director de cine Juan Bustillo Oro, por señalar nombres al vuelo.

Mientras realizaba obra de pequeño formato, Germán Cueto trabajó obra pública que se integró a los diseños de notables arquitectos, como Carlos Obregón Santacilia, Mario Pani y el ya mencionado Goeritz. Acotaremos que Cueto desde épocas muy tempranas se dedicó a la docencia en aulas de secundaria y del Mexico City College, La Esmeralda y la Escuela de Artesanías de la Ciudadela, formando nuevos escultores, como Ángela Gurría, Helen Escobedo y Jorge Dubón, que fueron algunos de sus alumnos que renovaron a su vez el arte nacional. Con éstos, que eran parte de las nacientes generaciones de artistas que empezaron a destacar en las décadas de los cincuenta y sesenta, cambian las formas de hacer y concebir la escultura, lo que favoreció a un mejor entendimiento de la obra de Germán Cueto.

Otra lección que aprendimos con la exposición de 2005 fue que vida y obra de nuestro escultor eran conocidas muy parcialmente por los actuales investigadores y, por tanto, por el público en general. Desde su muerte en 1975 y cuando su primera gran exposición individual póstuma, promovida por su viuda doña María Fernández Galán, que se celebró en 1981 en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, su obra se consagró como cita obligada para explicar el arte moderno pero, paradójicamente, el conocimiento de la totalidad de la misma pasó a un olvido injusto, quedando registros y recuerdos que parecieron después importarle solo a unos pocos que, sin interés en el mercantilismo, hicieron esfuerzos para preservarlos. Y así, sin dolo empezamos a usar retórica para interpretar lo que desconocíamos y a repetir lugares comunes tergiversados sobre su biografía, contexto y producción.

A diez y seis años de esa exposición memorable, por la tenacidad de varios coleccionistas y estudiosos de Germán Cueto, entre los que debemos mencionar especialmente al empresario minero José Cerrillo Chowell y a doña Ysabel Galán, y gracias a la agilidad que nos ofrece hoy día la tecnología digital, actualmente podemos observar conjuntos más amplios de su obra y, por tanto, hemos acrecentado nuestro conocimiento e incluso precisado mejor nuestras dudas sobre la trayectoria de uno de los escultores más propositivos de nuestro país.

Los estudios más recientes sobre Germán Cueto nos lo reafirman como gran escultor en piedra, cerámica y bronce, pero simultáneamente como experimentador de materiales poco ortodoxos para crear unidades expresivas, como papel maché, láminas de diversos metales dobladas y recortadas, alambres, flejes, cemento, botones de plástico, vidrios de ventanillas de avión o trabajos de herrería. Finalmente, hoy reconocemos que dedicó buena parte de su reflexión a crear obra bidimensional, como dibujos y tintas, esmaltes sobre lámina, pinturas en tela o papel, que se caracterizan por ser complejas composiciones de planos, tensiones y distensiones, y descubrimos en éstas a Cueto como sobrio y delicado colorista. Podríamos solo de esto desprender que se trató de un conocedor profundo de la escultura, a la que conscientemente llevó a romper los límites de la tridimensionalidad hasta proponer una línea envolvente en el espacio para definir un volumen dinámico al usar líneas aéreas y darle al vacío un peso específico.

La doctora Teresa del Conde, la maestra Raquel Tibol, pero antes Jorge Juan Crespo de la Serna, Margarita Nelken y Xavier Moyssén, entre una pléyade de críticos de arte, observando desde enfoques particulares coincidieron que destacan de la escultura de Cueto dos temas: la cabeza y los rostros, que tendrían que ver con la exploración del individuo y su singularidad, con el individuo y su ausencia, con el individuo y su multiplicidad. Al respecto de clisés, por etiquetarlo siempre como “escultor abstracto” una ceguera no nos permitió durante muchos años percatarnos de que fue prolífico retratista –por justicia debo decir que sí lo notó su contemporáneo el pintor muralista y escritor de arte Fernando Leal en un perdido artículo de El Nacional-. Así fue como dejó a la posteridad numerosas efigies de los estridentistas, de sus compañeros en Europa, de los guiñoleros y de familiares y amigos que se encuentran algunas perdidas y otras en distintas colecciones. Sumemos a lo anterior los trabajos hechos por solicitud, por ejemplo las cabezas de filósofos y escritores del pasado que por encargo de José Vasconcelos produjo para la Biblioteca de México en la Ciudadela en 1946.

Con el mismo tema de las cabezas y las caras, pero en un sentido opuesto de su producción, están las obras sin un referente concreto, de múltiples gestos y variados perfiles en los que en pocas ocasiones podemos desprender asuntos emocionales como tristeza o alegría, lo que se encuentra en ellas es una búsqueda del límite, es decir, el escultor buscó que una cara dejara de serlo pero aunque abstrayéndola descubrir a partir de un punto de observación específico sus rasgos mínimos inconfundibles: ojos, nariz, boca. Por esto último, observamos una inteligencia creativa que incansablemente exploró lo formal tanto en composición como en el uso de materiales.

Cueto en los treinta participó con el grupo Cercle et Carré en París, ahí su encuentro con Joaquín Torres-García y Michel Seuphor lo nutrieron de un humanismo donde la geometría era la materia reflexiva que lo llevaría a varios hallazgos personales en su producción, quizás el más importante fue que la escultura debía ser en su esencia dinámica y que el volúmen puede dibujarse en el aire con una línea sutil: penetrabilidad y movimiento, luces y sombras, contornos, pero indiscutiblemente filosofando sobre el volumen y las texturas, sobre el espacio y la manera de aprisionarlo y desenvolverse en él.

En el pasado, en México fue aceptado a medias y no del todo comprendido, específicamente porque los administradores de la cultura estaban preocupados por promover expresiones que internacionalmente proyectaran a un país que –en la superficie- dejaba de ser bárbaro y cruento, necesitaban discursos útiles, descriptivos, fáciles de entender, y eso no lo tenía Cueto, entregado íntegramente a la inteligencia, que es la sustancia del arte, y no allegado a los discursos de la política. Es por esa gran cultura que nutre la obra de Germán Cueto y que nunca sometió a intereses efímeros por lo que resultará siempre fascinante e intrépida en libertades.

El Museo Federico Silva Escultura Contemporánea ha vuelto a acometer la empresa de exhibir una selecta exposición de Germán Cueto en un momento en el que nuestro conocimiento sobre él es más claro y preciso aunque no total. Esta exposición resultará muy útil porque vemos dos objetivos: el primero, que la vocación de este museo se consolida al presentar al artista mexicano que a contracorriente hizo innovaciones en la forma y en la materia escultóricas; y en segundo lugar permitirá que nuevas generaciones empiecen a familiarizarse con una obra de arte generosa que da como resultado preocupaciones humanas que tratan de explicar al ser… ¿cómo siendo tan similares podemos ser tan distintos?, ¿qué escondemos en nuestra individualidad?, ¿qué en la multitud?, ¿cuál es el costo existencial de la libertad?